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Coronavirus, la excusa para hacerlo todavía peor

Coronavirus, una simple palabra que resume todos nuestros males, los males pasados, los presentes y los futuros, una palabra que representa todo lo que va mal, la excusa perfecta, la coartada a todo lo que no funciona o no funcionaba. Si hablamos de la situación crítica de la sanidad española no estamos descubriendo nada nuevo. La sanidad ya estaba mal cuando todo iba bien.

Un Estado de Bienestar, como el que pretendemos, se basa en tres simples pilares básicos garantizados por el Estado: sanidad, educación y justicia. ¿Parece sencillo, verdad? Vivimos en un Estado fracturado, dividido, politizado por encima de nuestras posibilidades. La guerra sanitaria está abierta, es una guerra a tumba abierta con múltiples desórdenes: competencias médicas estatales, autonómicas, locales, municipales, rurales, hospitales públicos, semipúblicos, privados, mutuas, aseguradoras… ¡Pura diversión!

Médicos sin sitio donde dormir en Ibiza. Residentes satélite que giran y giran por nuestro mapa sin saber destino, sin brújula ni estrella que les guíe. Enfermeras que tienen más contratos en un año que una empresa de telefonía móvil. Investigadores, una especie en extinción que, de existir la Inquisición, ya se habría extinguido definitivamente. Quirófanos a todo lujo cerrados por falta de personal y de recursos. Listas de espera. Listas de espera. Listas de espera.

Las negligencias médicas tienen una ecuación clara: Listas de espera infinitas + saturación de pruebas diagnósticas y complementarias = negligencia médica.

El médico, gracias a la precariedad laboral, ya no es tan sólo un médico; el médico ahora es un experto en adivinación médica. Con la teleasistencia gracias al Covid la cosa es todavía más cómica. Después de una llamada con el paciente se te acaba olvidando tu especialidad, no sabes si darle un diagnóstico, recetarle diazepam o ponerle dos velas negras.

Vivimos en un país en el que ‘teleasistencia’, ‘teletrabajo’, ‘flexibilidad laboral’ o ‘conciliación familiar’ son palabras proscritas, profanas, prohibidas. Aquí somos más de fichar como autómatas, aunque fiche tu compañero, el conserje, tu primo que es vecino o el personal de limpieza, lo importante es fichar y hacer muchas horas en el centro de trabajo, cuantas más mejor, aunque no sean productivas, aunque sean contraproducentes e incluso peligrosas. Jornadas laborales eternas y entre medias 73 cafés, dos paquetes de tabaco y un buen maratón de buscaminas en el ordenador. Al paciente no sabes si llamarlo cliente, paciente o decirle ¡ánimo valiente!. El paciente es una reluciente bola de pinball que no sabe con cuántos médicos va a chocar hasta alcanzar un diagnóstico o ser intervenido, dónde va a comenzar su periplo médico y dónde va a acabar.

Y llegó el coronavirus con sus contagios masivos, confinamiento y muertes. La guerra biológica en la era del confort. EPIS en busca y captura y el precio del esparadrapo disparado en bolsa, miedo a la muerte y aplausos a las 20 horas. Un sálvese quien pueda anestesiado por el ‘Sálvame’ de Telecinco, nuestro pan y circo de cada día.

Pero la memoria es corta y el quinto y tapa aprieta. En verano no muere nadie. Te gustaría una vacuna con formato de crema solar, que a ti las agujas siempre te han dado no sé qué. Y ya no hay procesiones para rezar y pedir que se acaben las desgracias planetarias y reine la paz mundial. Así que esta desgracia va para largo y lo que te rondaré morena. Y después de largos meses, confinados, ingresados, desconfinados, vigilados, rastreados y enterrados, te das realmente cuenta que no hemos aprendido nada. El hombre es el único animal que tropieza varias veces con la misma piedra, tropieza hasta cogerle cariño a la piedra, reminiscencias del paleolítico.

Y hoy, a las puertas de un rebrote verde, de una embestida pandémica sin igual, todavía seguimos improvisando. Los PCR son las siglas de la exclamación «¡Por Cristo Resucitado!», que es lo que gritan nuestros políticos para ver si se obra el milagro y salimos de esta pesadilla. Llamar a todos los médicos, residentes, estudiantes, enfermeros y auxiliares despedidos de forma poco elegante cuando la cosa amainaba no entra en sus planes.

Pero no hay que preocuparse, en septiembre será el personal sanitario el que salga a aplaudir al balcón, a las 20 horas, puntual. Este país no se merece menos. Aplaudiremos por lo bien que lo ha hecho nuestra ejemplar y ejemplarizante sociedad, deseando que haya disfrutado del verano, de sus últimas vacaciones remuneradas tal vez, pero sobre todo deseando que vuelvan a disfrutar de este nuevo confinamiento, un confinamiento ‘made in Spain’. Eso sí, lamentamos que los aplausos del pasado no hayan servido para cambiar las cosas, no hayan servido para conseguir que la sociedad defienda una Sanidad que es de todos y lamentamos que no nos haya llevado en volandas para luchar por los derechos que todos nos merecemos. ¿Quién sabe? A lo mejor nos merecemos sobrevivir con las migajas que caen de la mesa.

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